viernes, 2 de julio de 2010

Un salón comunal no es hogar

Esta es una crónica que escribí hace ya un poco más de un año, hay cosas que se han modificado en la historia pero preferí dejarla como estaba.

El 7 de marzo de 2009 ocurrió un deslizamiento en el barrio El Arroyo, en la comuna de Altos de Cazucá, ubicado en Soacha. Los reportes oficiales indican que 47 casas quedaron destruidas dejando sin techo a 191 personas. Sin contar las 35 que quedaron inhabitables, y las demás 140 que se encontraban en la zona de alto riesgo y debieron ser desalojadas.

El paradero de buses del barrio El Arroyo es como la plaza central de cualquier pueblo, no en el aspecto físico, si no en que todo lo que pasa se desarrolla ahí. En lugar de monumentos y arquitectura colonial, su calle despavimentada está rodeada de tiendas y cantinas, y está adornada en el centro por un gran poste de luz. Ahí fue donde Manuel Pinzón, un hombre joven de un aspecto militar de bajo rango, quien es a la vez presidente de la junta de acción comunal, se encontraba trabajando a las 10 de la mañana de ese día. Una señora que no identificaba le contó que su casa, que quedaba en la parte más baja de la loma del costado sur, estaba sonando feo, que la madera se toteaba y que había una grieta en el centro de la sala.

Al recibir esa noticia, Manuel Pinzón procedió a llamar al vicepresidente, de apellido Velosa, conocido por su gran volqueta y por su olor a sudor, para que fueran a revisar lo que la señora les había dicho. Al llegar, se encontraron con que la grieta medía aproximadamente 8 centímetros, y tenía una extensión de 30 metros hacia el barrio Villa Sandra, ubicado al occidente.

Apenas vieron esto entraron en pánico, salieron corriendo y empezaron a gritar que el barrio debía ser evacuado y que todos debían salir de sus casas. Se inició el perifoneo. Las 5 cornetas que cubren todo el barrio y que se escuchan en los barrios aledaños de Villa Sandra, Altos del pino, Villa mercedes, Luis Carlos Galán, el barreno y la nueva unión, empezaron a anunciar el desastre y la necesidad de evacuar. Se llamó a la defensa civil, a la policía, y a la alcaldía de Soacha para que colaboraran con la evacuación y llevaran carpas y frazadas para los afectados.

Mientras ocurría la evacuación, Gloria Inés Garzón, Viuda, madre de 5 hijos, quien trabaja haciendo aseo en casas de familia y que ese día no había ido a trabajar, se ocupaba de hacer oficio en su casa y había mandado a sus hijas Erika y Katerine, de 15 y 12 años respectivamente, para comprar lo del almuerzo. A las 12:45 llegaron corriendo, y gritándole a su mamá que se saliera, porque venía el presidente de la junta con el dueño de la casa en la que ellos vivían porque la tierra se estaba abriendo y las casas se estaban yendo en picada. Al salir, se encontró con Manuel Pinzón, quien le dijo que evacuara inmediatamente.

A la 1 de la tarde, Martha Martínez, una mujer morena, de baja estatura y contextura un poco gruesa, acababa de traer a su hijo del internado en el que estudia y estaba empezando a hacer el almuerzo. La interrumpió el perifoneo que se estaba haciendo y que decía que en la manzana 1 estaban abriéndose grietas. No tuvo miedo porque la zona afectada quedaba lejos, en la parte más baja de la loma, y su casa, quedaba en la parte más alta, al lado de la carretera, en la manzana 10. En ese momento Leidy, su hija mayor, de 16 años, acababa de llegar del colegio, sus cachetes estaban rojos por el sol y se le veía cansada. No sabía lo que estaba pasando hasta que su madre le contó.

Dejaron el almuerzo en la estufa, salieron de la casa y se acercaron a la zona de peligro. La policía acababa de llegar después de los constantes llamados por el perifoneo y vigilaba la zona advirtiendo que no se acercaran. La tierra empezó a sonar como cuando se rompe una camisa y Martha vio a lo lejos una casa en la que habitaban dos ancianos; tenía una grieta en la parte de arriba y la estaban evacuando. Habiendo sacado unas ciclas, unas cobijas y unas gallinas, y mientras la gente gritaba que sacaran a los perros que estaban amarrados en la parte de atrás, cayó la primera pared. No se podía seguir evacuando. La gente corrió lejos de la casa que se derrumbó lentamente, con los perros dentro. Era la 1 y media de la tarde.

La tierra se levantó, y Leidy y Martha corrieron hacia su casa. El sancocho del almuerzo estaba listo. A las 3, después de almorzar, Martha llamó a su esposo, Wilson Quintero, de un aspecto físico opuesto a ella y que pareciera que no se quitara la gorra ni para dormir. Había ido a trabajar a Facatativá encuadernando escrituras en la notaría primera. Al recibir la noticia del desastre, y el alivio de que todavía no fuera tan cerca de su casa, pidió permiso para irse.

Gloria Inés se encontraba en ese momento en la carretera. Las cosas que había logrado evacuar estaban en algunas casas que no corrían peligro y otras que se encontraban junto a ella. La gente llegó a avisar que su casa con piso de tabla, paredes del mismo material con recortes de cartón y de triplex, de aproximadamente 18 metros cuadrados y una sola habitación, había caído.

4 de la tarde. Martha Volvió a la zona del desastre a ayudar a evacuar; habían caído 5 casas y la gente seguía evacuando. El alcalde de Soacha, José Ernesto Martínez Tarquino, junto a sus 6 u 8 escoltas acababa de llegar. Las promesas empezaban a surgir. Prometió ayuda en la evacuación y empezar a tomar acciones frente a la reubicación de quienes fueran afectados.

Wilson llegó a las 5 de la tarde, defensa civil, bomberos, Cruz Roja, y policía seguían ayudando a evacuar, la gente lloraba y corría con sus pertenencias. Él, después de verificar que la zona del derrumbe estaba delimitada a unos 150 metros de su casa, ayudó a quienes pudo a guardar las cosas en las casas donde todavía no había pasado nada. Le contaron que el alcalde había hablado unas dos cuadras más allá del paradero de los buses, y que había prometido comprar terrenos para reubicar a los damnificados, mencionaron 4 lugares, de los cuales Wilson recuerda dos: uno detrás del centro comercial el mercurio y otro detrás del centro comercial de Soacha. No se firmó acta de nada.

Mientras Wilson ayudaba, el personal de Juntos, fundación que pertenece al programa de acción social del gobierno, empezaba a censar a los damnificados y a otorgarles un código para poder recibir ayudas. Además de esto, presionaban la evacuación diciéndole a la gente con niños que si no evacuaban, informarían a Bienestar Familiar.

Por la noche, a eso de las 7, Wilson, su esposa, y Leidy fueron a la casa de Patricia, una amiga de la familia para ver cómo se encontraba porque su casa estaba cerca de la zona del derrumbe. Empiezan a sonar pitos y gritos anunciando que otro pedazo se había derrumbado y que había que evacuar la parte en la que se encontraban. Leidy empezó a llorar porque le dolía la situación de Patricia, y le dolía aún más que tuviera que dejar su casa. Esa calle, era la calle donde ella había vivido hasta hacía poco, y ahí era donde vivían la mayoría de sus amigos y conocidos.

Patricia no se quería ir, su hijo de 7 años tampoco. Martha mandó a Leidy a la casa a armar un camping para ellos, ella llevó cobijas y acomodó un lugar. La defensa civil los había obligado a evacuar y debían sacar todas sus cosas. Siendo las 8 y media fueron a la casa de Martha para alojar ase.

A diferencia de Patricia, había gente que no tenía dónde pasar la noche, entre esos Gloria Inés, fue por esto que Manuel Pinzón, junto al comandante del CAI, cabo Viáfara, decidieron ubicar a la gente en la escuela del Arroyo. Empezaron a anunciar por perifoneo que este sería el lugar donde se alojarían los damnificados.

Cuando Patricia fue a que la censaran le informaron que no se podía quedar donde su amiga, si quería recibir algún tipo de ayuda debía quedarse en el colegio esa noche.

Esa noche nadie durmió. A las 11 había gente que no había sido censada, y gente que se metía en las casas abandonadas para que los censaran y aprovechar lo que estaba sucediendo. Hubo quienes no abandonaron su casa hasta ser censados y recibir su código.

A las 11 y media Leidy llegó a su casa e intentó dormir, se despertó por los gritos de la gente y no pudo dormir por el miedo de tener que ser evacuada, lo mismo sucedió con su madre y su padre.

Gloria Inés, junto a sus 5 hijos, se ubicó en un rincón del salón de primero primaria de la escuela del Arroyo, en la que había aproximadamente 80 personas y su número era el 41. Las colchonetas reposaban sobre el piso rojo y las paredes blancas eran adornadas por los dibujos y los trabajos de los niños que estudiaban ahí. El desorden y los pies de cada quien que tocaban a los otros no permitían dormir.

El domingo a las 5 de la mañana, los que tuvieron que pasar la noche en el colegio empezaron a ser visitados por las diferentes personas que pasaban revista y anunciaban lo que iba a suceder en el día. A qué hora iba a ser el desayuno, el almuerzo, y la comida. Y a hacer revisiones médicas de quienes lo necesitaran. John Edison, el hijo menor de Gloria Inés, de 18 meses fue uno de los más afectados y se le recetaron medicamentos.

A las 11 de la mañana, Leidy, después de alistarse para llevar a su hermana menor Kelly al internado en el que estudia, visitó a Patricia quien en ese momento estaba desayunando un chocolate con pan en el salón comunal de los abuelos, sitio donde normalmente se atiende a las personas de la tercera edad, pero que en este caso estaba habilitado para dar de comer a los damnificados.

Mientras Wilson siguió ayudando a la gente que estaba afectada por el derrumbe, Martha ayudó a sus hijas a alistarse y les dio desayuno. Después de almorzar llevó a su hijo menor al colegio mientras Leidy hacía lo mismo con Kelly. Salió de su casa a las 2 de la tarde.

A esa hora, llegó de nuevo el alcalde de Soacha, acompañado esta vez por el gobernador de Cundinamarca, Pablo Ardila Sierra, y convocó una reunión multitudinaria. Dentro de esta reunión se encontraba una persona que podía pasar como un líder del barrio. Todos aplaudían lo que decía y era imponente por su gran estatura, su barriga, y su barba, era David Clavijo, en ese entonces director de construcciones de la fundación Un Techo Para Mi País Colombia.

Clavijo comentó que siendo tan amplia la cantidad de gente afectada, la fundación quería colaborar y podía aportar 300 viviendas de emergencia como varias que ya habían sido construidas en el barrio y sus aledaños, como la casa en la que habitan Martha Martínez, su esposo y sus hijos. Además, contaba con la mano de obra de voluntarios para armarlas, para lo cual sólo era necesario el pago por parte del gobierno y el aporte de una zona para construir.

La respuesta del alcalde fue negativa, puesto que consideraba que no se estaba dando una vivienda digna, pues esas casas son sólo de dos piezas y no tienen ningún tipo de instalación de servicios públicos; a lo que Clavijo contestó indignado que a pesar de ser de madera, ser de dos habitaciones, medir 3 por 6,10 metros, tener un piso por encima de la tierra, y tejas de fibrocemento que evitan que se meta la lluvia, para ellos sería entonces más digno vivir en carpas y en albergues. La respuesta del gobernador también fue negativa, puesto que consideraba que sólo las recibía si el estado no aportaba ningún costo.

Las viviendas de emergencia que podía aportar Un Techo Para Mi País Colombia, no formaban parte de su stock de casas disponibles para construir, si no que podían ser pedidas al proveedor, quien cobra 2’200,000 por casa. Estas son financiadas por la fundación por medio de donaciones que recibe de empresas como Diageo, Chevron y Clorox. Dinero con el que no se contaba en ese momento. Normalmente la persona que es beneficiaria sólo debe pagar el 10% de la casa. La asignación se hace por medio de encuestas en las zonas de intervención para determinar a las personas más necesitadas, proceso que en este caso sería obviado.

La solución de la gobernación y de la alcaldía fue la de dar un subsidio de arriendo. El de la alcaldía iba a ser por 3 meses y el de la gobernación iba a ser de un mes adicional. El alcalde propuso la posibilidad de aportar viviendas de interés social a las personas que eran propietarias. Teniendo en cuenta que es un barrio de invasión, la gente no cuenta con una verdadera propiedad sobre el lugar en el que habitan, ya que en Colombia no es suficiente con un contrato de compraventa autenticado, si no que debe contar con una escritura registrada en la oficina de instrumentos públicos.

A las 4, Martha volvió a su casa y se encontró con que la cinta que marcaba la zona que debía ser evacuada llegaba hasta su casa. Inmediatamente corrió al puesto de control de Juntos y habló con una señora Mariela, diciéndole que su casa estaba muy retirada de la zona del derrumbe pero que la habían puesto en la zona que debía ser evacuada. La respuesta que recibió fue que efectivamente que tenía que evacuar. Martha se devolvió a su casa Llorando.

Wilson, mientras tanto, formaba parte del comité de evacuación, estaba organizando ollas comunitarias y tratando de ubicar las cosas de la gente cuando a las 5 un funcionario de la CAR le informó que su casa también debía ser evacuada. Wilson asegura que su casa se encuentra fuera de la zona de peligro, pero que al ser la única casa de la manzana 10 que quedaba por fuera, había que incluirla.

Después de ir a donde la misma señora con la que había hablado su esposa, y que esta le dijera que no tenía que evacuar, fue hasta el vicepresidente de la junta de acción comunal, Velosa, quien tenía un plano del barrio y que según él indicaba, la casa de Wilson no debía ser evacuada.

Aproximadamente quince días después de lo sucedido, y con dos días de aviso, la gente fue desalojada del colegio. Gente como Gloria Inés no tuvo un lugar al cual pasarse a vivir porque los lugares que se podían arrendar estaban copados, y el hecho de tener 5 hijos implicaba problemas para quien los recibiera. Por lo cual en este momento se aloja en el salón comunal del barrio, cuya puerta no cuenta con seguro, y cuyo techo tiene goteras enormes que permiten que el piso se inunde.

La orden de evacuación para Wilson y su familia fue rectificada. No han evacuado ni piensan evacuar hasta poder conseguir un lugar en la cual reubicar la vivienda de emergencia en la que habitan. Se les fue asignado el código 369 de damnificados dentro de las 463 familias que se encuentran censadas.

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