viernes, 2 de julio de 2010

Nota Oculta

Se reunían todas las tardes en un bar de la calle 22 arriba de la séptima, un grupo de jubilados por las razones obvias que dan el tiempo. Su amistad era la más sincera, no se interesaban el uno por el otro y en muchos casos no se sabían sus nombres completos, se sentaban a contarse historias y lo único que esperaban a cambio era ser escuchados. El bar, un sitio que no podría clasificar precisamente como glamuroso, los venía recibiendo durante los últimos años a partir de las noticias del medio día, momento en el cual, rodeados por paredes de madera vieja, cuadros evocativos a celebridades de los años 30 y sillas y mesas sencillas de metal, discutían sobre cualquier cosa que se anunciara en el televisor.
Ese muchacho va a durar todo lo que quiera, hágame caso, decía uno de ellos mientras trataba de sostener en sus manos una botella de aguardiente para servirse el quinto trago de la tarde. Su nombre era Ernesto, no pasaba de los setenta, aunque parecía veinte años mayor, no tenía hijos porque se habían olvidado de él, probablemente el día de su entierro llegarían a repartirse lo poco que él tenía y a entregar una corona de flores. Frecuentaba el bar por cuestiones del azar desde hace unos 5 años, un buen día que no tenía nada que hacer, fue en búsqueda del pan del desayuno del otro día, salió a eso de las seis de la tarde y tras comprar una bolsa de mogollas en su panadería favorita, quiso caminar por la calle 22 para ver el antiguo teatro Faenza, donde alguna vez cantó Carlos Gardel días antes de morir, después de caminar un poco más allá del teatro, lo encontraría. Sólo se quiso tomar un tinto; se sentía cómodo por estar en un refugio no obligatorio para los de su edad; como siempre se interesó por la política, y los escuchó hablando sobre ella, se unió a una conversación con un grupo de ancianos de los cuales unos cuantos lo seguirían acompañando durante mucho tiempo. A ese tinto, y a muchos otros, se sumarían la Cerveza y el Aguardiente. Así es como debe ser, hay que aumentar el pie de fuerza y hay que poner en orden a esos bandidos, y la mejor forma de lograrlo es con él, mientras se necesite, seguía diciendo y gritando como si fuera un ideólogo de un partido de derecha en medio de una convención de derechistas. Sus compañeros de mesa, mientras tanto, observaban el televisor y asentían sin prestar atención a lo que en realidad no estaban escuchando.
Cansado de las noticias y de las palabras de Ernesto, y por qué no, un poco borracho, Rubén, el más tembloroso y callado de todos, le diría tartamudeando que hiciera silencio, que dejara de alabar a su ídolo, porque todos han sido ídolos en algún momento y nos han decepcionado, todos han prometido un cambio, y al final, el cambio consistió en mandarnos más a la mierda. Claramente esto no le agradaba a Ernesto, quien quiso defender a capa y espada su opinión, la pasión por su caudillo y el aguardiente hacía que sus argumentos sonaran ridículos, que no distaba de lo que sucedía con su amigo, quien además del fervor y del licor, tartamudeaba.
Era una discusión que rayaba en lo patético, discusión de borrachos a fin de cuentas, se decía Carlos, mientras los observaba desde otra mesa, se encontraba solo, trataba de leer un libro mientras se tomaba un tinto que estaba endulzado con al parecer una libra de azúcar; es que el sabor no se siente, dijo una vez que alguien le criticó que le echara tanta, y que terminara tomándose un batido de azúcar con un poco de café. Conocía el sitio hace poco, lo frecuentaba cuando podía y lo consideraba uno de sus escondites favoritos, era un sitio especial para él donde sólo llevaría a personas que lo merecieran, le generaba cierta melancolía, pero una melancolía alegre, como cuando se escucha una canción de amor sin estar enamorado, y le generaba miedo e inquietud, no quería estar sentado ahí ni veinte, ni treinta, ni muchos años después a menos que fuera un encuentro casual para recordar con un amigo la época en que iban ahí para hablar de lo que querían ser. Tenía 21 años, estaba terminando la universidad y sentía que la vida estaba llegando a su fin, a pesar de los miles de proyectos y de expectativas que se le venían a la cabeza, prefería pensar que estaba alcanzando el punto donde no habría nada más que hacer, más que todo por miedo, por pereza, y por ser una persona mimada. Prefería ser una promesa en lugar de una estrella, creía que era mejor el Maradona antes del mundial del 86 que el que saldría campeón, por ser una persona de la que todos esperan algo habiendo visto poco, o sin haber visto nada. Se preguntaba qué hubiera pasado donde “El Diego” se hubiera lesionado en el primer partido, o si hubiera cedido ante la presión y al final no hubiera hecho nada, habría sido una promesa no cumplida, no habría entrado en la historia y tal vez Alemania habría sido campeón; no quería que eso le sucediera, le daban ganas de no arriesgarse. No jugaba futbol, su desempeño era realmente atroz, aunque le encantaba y lo usaba siempre para hacer metáforas. Prefería poder decir a veces que no perdió por malo, sino porque ni siquiera se presentó, prefería que la gente pensara en el “qué tal si hubiera…” y eso lo hacía detenerse. A pesar de todo, frecuentar este lugar hacía que cambiara de opinión, cuando entraba, se encontraba rodeado de promesas rotas, se imaginaba una historia para cada uno, veía en todos esos ancianos al que no quiso ser un gran escritor, actor, poeta, político, o futbolista, y eso hacía que prefiriera intentar ser uno de los grandes. Sentado en ese bar, solía pensar en ese tipo de cosas cuando no iba con nadie más, se tomaba su tinto, leía unas páginas, y se iba, ya fuera a hacer deberes o a no hacer nada, no le gustaba estar mucho tiempo ahí. Al terminar, guardaba su libro en su mochila barata y le pagaba a la copera el valor de su tinto, la cual, este día, antes de recibir el pago de Carlos, se involucraría dentro de la alicorada discusión para poder bajar los ánimos.
Chicos, cálmense, le decía la copera a los borrachos como si fuera profesora de un kindergarten, con la misma inocencia y ternura que si se estuviera dirigiendo a dos granujas de 6 años que están peleando por un balón. Ellos, con su llegada, antes de que pronunciara cualquier palabra, bajaban los ánimos de la discusión y se concentraban en ella, la reina del sitio, una mujer pasada en carnes y no muy pasada en años, que se viste como si viviera en tierra caliente, tal vez por comodidad o simplemente porque le gusta, a pesar de que para muchos ella no sería un prototipo de mujer, para ellos lo es, quizás porque son unos viejos verdes, o simplemente porque en ese lugar, ella es su madre, una madre muy particular, que les sirve licor y se deja coger la cola, pero una madre a fin de cuentas. ¿Quieren que les traiga un tintico? Para bajar un poquito el aguardiente, preguntaba ella como ofreciendo sin decirlo, una cura para el alicoramiento. Ellos accedían, y dejaban de discutir.
Apenas se iba Carlos el promedio de edad en el sitio volvía a ser el de antes, 80 años, los demás clientes del lugar lo miraban al entrar y al salir como si algo raro estuviera pasando, ¿a qué tipo de maniático se le ocurre venir acá siendo joven? Era la pregunta que pasaba por el cerebro de todos, y comentaban sobre él. Una vez lo vi venir con una niña, joven como él, y estaba como buena-decía uno de ellos- trajeron un merengón con mucha crema, pidieron un tinto y se lo tomaron, creo que si fuera él me sentiría muy feliz. Yo una vez tuve una novia igual de buena que la niña que vino con él ese día, y bailaba como ninguna, lástima que me cambió por alguien que sí tenía futuro.
Carlos iba a encontrarse con la mujer de la que los ancianos hablaban, Juliana, no era su novia como algunos pensaron, pero sí la amaba como tal, o eso era lo que a él le gustaba decir; ella lo intimidaba, no sólo porque la consideraba hermosa, sino porque despertaba en él una extraña mezcla entre lujuria y ternura, y a veces, por ser de mayor estatura que él, quien siempre se consideró a sí mismo un enano, a pesar de ser de una estatura promedio; era como la mayoría de las mujeres que le han gustado, torpe, de piel morena y de actitudes infantiles, las cuales a veces chocaban con las de él mismo. Se encontrarían en el último piso de un edificio de la universidad, donde ella estaba sentada estudiando, camino a su encuentro, Carlos, quien andaba distraído mirando hacia el cielo, se tropezó con un indigente, el cual después de recibir una negativa al pedirle una limosna, lo insultó, después , al ingresar a la universidad y luego tomar un ascensor, se encontró con una mujer bastante provocativa, su cara se asemejaba un poco a la de un roedor, en los buenos aspectos, adornada encima por su pelo negro y ondulado, el cual se había despeinado de adrede , su abdomen se notaba plano y duro debajo de la camiseta roja que dejaba ver apenas la comisura de sus pechos, los cuales parecían bastante firmes, y debajo de eso se podía ver una falda negra y apretada que cubría el final de unas medias veladas del mismo color que cubrían a su vez una de las mejores colas que habría visto en su vida. Por un instante, el que duró el trayecto entre el primer y último piso, deseó con todas sus fuerzas que se fuera la luz y el ascensor se detuviera. Terminado el viaje y habiendo logrado evitar la erección, llegó a la mesa donde Juliana estaba.
El plan entre los dos era almorzar, y la idea escondida de Carlos era decirle que la amaba, como siempre quiso ser una persona creativa, y como nunca podía decir las cosas de frente, decidió dedicarle un cuento de su autor favorito, el cual, en su opinión, podía hacerle entender a ella perfectamente lo que él sentía. Fueron por un almuerzo barato, pero que a los dos los encantaba, era miércoles, y ese día se podía pedir bandeja paisa en una cafetería que queda frente a la estación de transmilenio en las aguas, el sitio estaba lleno, estudiantes, trabajadores, y gente sin nada que hacer ocupaba las sillas, afortunadamente un grupo de oficinistas estaba terminando cuando ellos llegaron, y pudieron comer. La conversación transcurrió normal, se contaron sus días, en los cuales no pasó nada particular, salvo que Juliana se cayó por las escaleras en la mañana, no fue grave, no eran muchos los escalones y la maleta le hizo colchón.
Habiendo terminado de comer, fueron a la cafetería de los ancianos a tomarse un tinto, estaban los mismos que habían estado unas horas antes, la copera le pidió la cédula a ambos y luego sí recibió su orden, dos tintos oscuros, los cuales se tomaron ágilmente, faltando poco, Carlos le entregó el libro que contenía el cuento que había escogido cuidadosamente, era una historia de una mujer que secuestraba a un hombre que veía en un programa del corazón, de esos donde los invitados se golpean, abusaba de Él, y mientras lo asesinaba le confesaba su amor. Juliana, quien nunca leía si no era por obligación o porque la recomendación que le hicieran fuera muy buena, lo tomó un poco a la ligera y lo guardó entre sus cosas, para leerlo más tarde. Salieron a la séptima, donde ambos tomarían su propio bus para ir a la casa, el de Carlos, que pasaba muy poco, pasó primero, y tuvo que despedirse de ella rápidamente, diciéndole que por favor leyera lo que él le había dado.
Habían pasado quince minutos desde eso, y el bus no aparecía, cinco minutos antes, Juliana decidió comenzar a leer, la historia le llamó mucho la atención y se preguntó por qué le pondría a leer eso, decidió que mejor tomaría el bus en la diecinueve ya que ahí pasaban más, y recordó en el camino que debía llamar a una amiga con la que iba a estudiar más tarde, sin darse cuenta de los muchos vendedores de minutos de celular que había en la calle, vio un café internet desde el cual podría llamar, al otro lado de la calle, en la plaza de las nieves, cruzó sin desviar la mirada del libro, y escuchó un grito que al parecer se dirigía a ella, la insultaban, luego se percató de que eran más gritos, después de eso pasó a su lado un taxi en contravía, no entendió nada, y al voltearse vio una patrulla de policía que poco después la golpeaba de frente y la dejaba botada en el piso, sangrando, sus ojos se apagaban mientras a su lado caía el libro abierto, con una nota escrita con una mano temblorosa que decía: te amo, desde siempre.

1 comentario:

  1. no quisiera volver al centro de bogotá, pero ya que me toca recorrerlo todos los días, pues esas historias pululan por ahí,,,,que incoherente,,jajaja

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