miércoles, 23 de noviembre de 2011

2011, el año de la indignación


En el año 2011 se presentaron varias protestas y movimientos ciudadanos en los que se tumbaron desde leyes hasta dictadores que duraron 40 años en el poder.

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¿Dónde estabas y qué sentiste cuando te enteraste que murió Steve Jobs?


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martes, 20 de julio de 2010

Estracto de Amuleto

"Supuse que los pájaros eran un símbolo y que en esta parte de la historia todo era simple y sencillo. Supuse que los pájaros eran la enseña de los muchachos.
No sé ya qué más supuse.
Y los oí cantar, los oigo cantar todavía, ahora que ya no estoy en el valle, muy bajito, apenas un murmullo casi inaudible, a los niños más lindos de latinoamérica, a los niños mal alimentados y a los bien alimentados, a los que lo tuvieron todo y a los que no tuvieron nada, qué canto más bonito es el que sale de sus labios, qué bonitos eran ellos, qué belleza, aunque estuvieran marchando hombro con hombro hacia la muerte, los oí cantar y me volví loca, los oí cantar y nada pude hacer para que se detuvieran, yo estaba demasiado lejos y no tenía fuerzas para bajar al valle, para ponerme en medio de aquel prado y decirles que se detuvieran, que marchaban hacia una muerte cierta. Lo único que pude hacer fue ponerme de pie, temblorosa, y escuchar hasta el último suspiro su canto, escuchar siempre su canto, porque aunque a ellos se los tragó el abismo el canto siguió en el aire del valle, en la neblina del valle que al atardecer subía hacia los faldeos y hacia los riscos.
Así pues los muchachos fantasmas cruzaron el valle y se despeñaron en el abismo. Un tránsito breve. Y su canto fantasma o el eco de su canto fantasma, que es como decir el eco de la nada, siguió marchando al mismo paso que ellos, que era el paso del valor y de la generosidad, en mis oídos. Una canción apenas audible, un canto de guerra y de amor, porque los niños sin duda se dirigían hacia la guerra pero lo hacían recordando las actitudes teatrales y soberanas del amor.
¿Pero qué clase de amor pudieron conocer ellos?, pensé cuando el valle se quedó vacío y sólo su canto seguía resonando en mis oídos. El amor de sus padres, el amor de sus perros y de sus gatos, el amor de sus juguetes, pero sobre todo el amor que se tuvieron entre ellos, el deseo, y el placer.
Y aunque el canto que escuché hablaba de la guerra, de las hazañas heróicas de una generación entera de jóvenes latinoamericanos sacrificados, yo supe que por encima de todo hablaba del valor y de los espejos, del deseo y del placer.
Y ese canto es nuestro amuleto."


Roberto Bolaño

viernes, 2 de julio de 2010

Me morí

Creo que estoy muerto, huele a sangre y veo borroso. Estoy acostado y parece ser medio día. Si de verdad estoy muerto, no me costará nada levantarme, a menos que el peso de mi alma no me lo permita. Vamos a ver…1, 2, 3. Parece que sí me morí, no me costó nada levantarme y además me estoy viendo a mí mismo con una cara que es mejor no decir.

-¿No te dije que no te metieras con esos bareteros?

-Mierda, ¿Quién eres?

-Pues tu abuela, chino huevón.

-Pero si tú estás muerta.

-Sí, y tú también.

-¿Quién me mató?

-Ese que está ahí

Mi abuela, o mejor dicho, su fantasma, señala a alguien que no puedo distinguir, está vestido como rapero, pantalones anchos y camiseta ancha, pelo completamente rapado, se encuentra de espaldas y está viendo mi cadáver mientras sostiene un revolver, me está insultando, me patea, y me está disparando de nuevo, creo que todavía no entiende que ya me morí.

-¿Sabes por qué me mató?

-Yo qué voy a saber, si ni siquiera sé por qué estoy aquí.

-¿No eres como una enviada de Dios o algo así?

-¡Enviada de Dios! ¿Para ti?, más bien enviada del diablo.

-¿Por qué dices eso?

-Porque eras una porquería, no entiendo cómo mi hija te aguantó todo este tiempo, pinche marihuanero.

Creo que esto no me va a ayudar de ninguna forma, vamos a ver quién es el que me mató, por lo que puedo ver no vino solo, está rodeado de otras personas vestidas como él que no parecen ser conocidas, lo están felicitando, uno le dice que pare ya, que hay que esconder el cadáver. Le hace caso, se agacha para cogerme de las piernas y le dice a otro que me coja desde la cabeza, sigo sin poder ver su cara. Me están llevando al baúl de un monza blanco del 92, creo conocer el carro, la persona que me mató se sube en el asiento del copiloto, los otros cuatro que lo acompañan se suben después de Él y ocupan los demás puestos, voy a subirme con ellos.

-No te vas a poder subir

-¿Por qué?

-Los fantasmas no pueden montar en carro

-¿Por qué no?

-Son las reglas

-¿Quién se inventó esas reglas?

-No lo sé, supongo que Dios, o algún ángel encargado de las reglas

Mientras estaba hablando con mi abuela, arrancó el carro, trato de correr para alcanzarlo pero es muy tarde, no puedo ver quién era el que se montó de primero. Creo que es hora de fijarme en dónde estoy, parece un barrio pobre, no me es conocido, hay mucho polvo y animales, parece sacado de una película del viejo oeste traída al siglo XXI, no recuerdo por qué vine acá.

-¿Y ahora qué hacemos?

-No sé.

-¡Abuela! ¿Cómo es posible que no sepas? En serio si alguien te mandó acá fue por algo, para guiarme en el camino al purgatorio, o a decirme que me faltó algo por hacer.

Alguien me golpea por atrás, no duele mucho pero sí lo noto bastante, no es mi abuela, ella está parada enfrente mío, me volteo, es mi hermano.

-Usted es como bruto, primero me deja morir en un accidente por manejar borracho y ahora se deja matar por esos hampones.

-Pero si ese día el que más estaba borracho era Usted.

-¿Qué importa?, ¿Quién lo manda a llevar el carro?

-Usted me dijo que lo llevara.

-Chino pendejo.

-Bueno, no hablemos de eso, más bien, ¿será que usted sí me puede decir qué tengo que hacer o qué va a pasar conmigo?

-Pues la verdad no tiene mucho que hacer. Ahorita tenemos que irnos para el infierno, pero antes me dijeron que podía vengar su muerte.

-¿Dónde queda el infierno?

-Podemos entrar por la entrada de cualquier banco, pero a usted le toca en el que abrió su cuenta de ahorros.

-Me lo imaginé. Y la abuela, ¿viene con nosotros?

-Sí, ella también tiene que ir para el infierno, vamos acá al lado que es un paradero de buses y podemos montarnos en un bus, yo sé a dónde van los que lo mataron.

-Pero tenía entendido que no podíamos montar en carro

-Sí, no podemos montar en carro particular, lo que pasa es que como parte del castigo para las ánimas en pena está que sólo pueden montar en bus o en transmilenio. ¿Por qué cree que el bus que cogía por las mañanas iba repleto y se vaciaba en el centro internacional y en la bolsa de valores? ¡Ahí es donde más bancos hay!

-No tiene mucho sentido lo que me está diciendo.

-Nada tiene sentido, no le dé muchas vueltas a la cosa. Ahí viene el bus.

Nos montamos en el bus, no hay puestos vacíos y nos tenemos que ir de pie, el bus huele horrible y anda completamente despacio, además, la falta de pavimento en la calle hace que no paremos de saltar en ningún momento, afuera veo a la gente caminar con bolsas en las manos, algunos llevan comida, otros no llevan nada, veo niños desnudos y semidesnudos jugando con barro o caminando de la mano de nadie o de sus propios hermanos, muchos lloran. No veo policías, veo muchas personas de mi edad, 20 años, que parecen ser pandilleros, aunque tal vez no todos lo son.

-¿Cómo es el infierno?

-Es una fiesta sin fin.

-¿Cómo así?, ¿no hay gente sufriendo y encadenada eternamente?

-Hay gente encadenada, pero no precisamente están sufriendo, es más, creo que nunca la habían pasado mejor.

-Estoy confundido.

-Mire, lo que pasa es que nos han vendido mal la idea, piense quiénes son los que van al infierno, la gente viciosa, lujuriosa, perezosa, y todo lo demás, el demonio es igual, quiere estar rodeado de gente como él para poder divertirse, lo que pasa es que Dios y los suyos nos quieren vender una idea de plenitud espiritual y cosas por el estilo, pero nada más imagínese estar rodeado de monjas, mojigatas y mojigatos, y uno que otro cura, que el único placer que conciben es la plenitud por estar cerca al señor, se lo juro que ahí no hacen nada.

-¿Y los que matan?

-Bueno, ¿Por qué mata la gente? Por dinero y por sexo, el dinero lo necesitan para adquirir cosas, y el sexo por el sexo. Estando allá no tienen razón para matar, e igual si la tuvieran, ¿para dónde te irías?

-¿Y dónde queda el castigo por nuestros pecados?

-Estás montado en él, además la fila para entrar es la misma fila del banco.

El bus ya no se mueve tanto, hemos llegado a la parte pavimentada del camino, mi hermano me indica que mire hacia más adelante del bus, veo estacionado en el parqueadero de un conjunto residencial el carro en el que se llevaron mi cadáver, no se ve a nadie adentro, debemos bajar, la abuela se queda en el bus porque dice que está cansada y quiere llegar rápido al infierno.

No nos queda difícil entrar al conjunto, atravesamos una reja y nos dirigimos al carro, tiene sangre en la manija del baúl, y al agacharme para meter mi cabeza puedo ver que sigo ahí. –Por aquí-me dice mi hermano, y seguimos hacia un edificio de tamaño mediano y fachada de ladrillo que en su corredor principal tiene la casa en donde está la persona que me mató. Están Él y sus amigos sentados alrededor de una mesa de plástico, la cual tiene encima una botella de aguardiente, de la cual cada uno está tomando una copa, y un revólver, con el cual hace un rato me quitaron la vida, por fin puedo ver la cara de mi asesino, no lo conozco, tampoco es el líder del grupo por lo que puedo ver, no sé si me mataron porque quisieron o porque los mandaron a hacerlo.

-Bueno, es hora de hacerlo, vengue su muerte.

-¿Cómo hago?

-No sé, asústelo, venga le enseño.

No sé cómo, pero mi hermano abre la puerta y luego de que todos pregunten quién fue el que no la cerró, pega un portazo. Todos se asustan, uno de los matones, el más pequeño, empieza a decir que es el alma del que acaban de matar, y empieza a rezarle a la virgen. Todos salen corriendo, mi asesino, que está medianamente tomado, se tropieza con una pata de la mesa y cae de frente, al caer su revólver le cae encima y se dispara.

-¿Me morí?-pregunta el hampón-

-Pues eso parece, levántate a ver qué pasa, yo hice eso ahorita.

El nuevo muerto se levanta, mira hacia abajo su cuerpo inmóvil y luego me mira completamente horrorizado, comienza a llorar y se pone de rodillas pidiéndome que lo perdone, que no lo va a volver a hacer, y que su madre va a estar muy triste.

-La mía también-le contesto con un poco de rabia-.

-Bueno, ya no se puede hacer mucho, vámonos para el infierno-dice mi hermano-.

-Pero, ¿no me van a explicar por qué me mataron?

-No se preocupe por eso, despiértese y váyase a trabajar.

Un salón comunal no es hogar

Esta es una crónica que escribí hace ya un poco más de un año, hay cosas que se han modificado en la historia pero preferí dejarla como estaba.

El 7 de marzo de 2009 ocurrió un deslizamiento en el barrio El Arroyo, en la comuna de Altos de Cazucá, ubicado en Soacha. Los reportes oficiales indican que 47 casas quedaron destruidas dejando sin techo a 191 personas. Sin contar las 35 que quedaron inhabitables, y las demás 140 que se encontraban en la zona de alto riesgo y debieron ser desalojadas.

El paradero de buses del barrio El Arroyo es como la plaza central de cualquier pueblo, no en el aspecto físico, si no en que todo lo que pasa se desarrolla ahí. En lugar de monumentos y arquitectura colonial, su calle despavimentada está rodeada de tiendas y cantinas, y está adornada en el centro por un gran poste de luz. Ahí fue donde Manuel Pinzón, un hombre joven de un aspecto militar de bajo rango, quien es a la vez presidente de la junta de acción comunal, se encontraba trabajando a las 10 de la mañana de ese día. Una señora que no identificaba le contó que su casa, que quedaba en la parte más baja de la loma del costado sur, estaba sonando feo, que la madera se toteaba y que había una grieta en el centro de la sala.

Al recibir esa noticia, Manuel Pinzón procedió a llamar al vicepresidente, de apellido Velosa, conocido por su gran volqueta y por su olor a sudor, para que fueran a revisar lo que la señora les había dicho. Al llegar, se encontraron con que la grieta medía aproximadamente 8 centímetros, y tenía una extensión de 30 metros hacia el barrio Villa Sandra, ubicado al occidente.

Apenas vieron esto entraron en pánico, salieron corriendo y empezaron a gritar que el barrio debía ser evacuado y que todos debían salir de sus casas. Se inició el perifoneo. Las 5 cornetas que cubren todo el barrio y que se escuchan en los barrios aledaños de Villa Sandra, Altos del pino, Villa mercedes, Luis Carlos Galán, el barreno y la nueva unión, empezaron a anunciar el desastre y la necesidad de evacuar. Se llamó a la defensa civil, a la policía, y a la alcaldía de Soacha para que colaboraran con la evacuación y llevaran carpas y frazadas para los afectados.

Mientras ocurría la evacuación, Gloria Inés Garzón, Viuda, madre de 5 hijos, quien trabaja haciendo aseo en casas de familia y que ese día no había ido a trabajar, se ocupaba de hacer oficio en su casa y había mandado a sus hijas Erika y Katerine, de 15 y 12 años respectivamente, para comprar lo del almuerzo. A las 12:45 llegaron corriendo, y gritándole a su mamá que se saliera, porque venía el presidente de la junta con el dueño de la casa en la que ellos vivían porque la tierra se estaba abriendo y las casas se estaban yendo en picada. Al salir, se encontró con Manuel Pinzón, quien le dijo que evacuara inmediatamente.

A la 1 de la tarde, Martha Martínez, una mujer morena, de baja estatura y contextura un poco gruesa, acababa de traer a su hijo del internado en el que estudia y estaba empezando a hacer el almuerzo. La interrumpió el perifoneo que se estaba haciendo y que decía que en la manzana 1 estaban abriéndose grietas. No tuvo miedo porque la zona afectada quedaba lejos, en la parte más baja de la loma, y su casa, quedaba en la parte más alta, al lado de la carretera, en la manzana 10. En ese momento Leidy, su hija mayor, de 16 años, acababa de llegar del colegio, sus cachetes estaban rojos por el sol y se le veía cansada. No sabía lo que estaba pasando hasta que su madre le contó.

Dejaron el almuerzo en la estufa, salieron de la casa y se acercaron a la zona de peligro. La policía acababa de llegar después de los constantes llamados por el perifoneo y vigilaba la zona advirtiendo que no se acercaran. La tierra empezó a sonar como cuando se rompe una camisa y Martha vio a lo lejos una casa en la que habitaban dos ancianos; tenía una grieta en la parte de arriba y la estaban evacuando. Habiendo sacado unas ciclas, unas cobijas y unas gallinas, y mientras la gente gritaba que sacaran a los perros que estaban amarrados en la parte de atrás, cayó la primera pared. No se podía seguir evacuando. La gente corrió lejos de la casa que se derrumbó lentamente, con los perros dentro. Era la 1 y media de la tarde.

La tierra se levantó, y Leidy y Martha corrieron hacia su casa. El sancocho del almuerzo estaba listo. A las 3, después de almorzar, Martha llamó a su esposo, Wilson Quintero, de un aspecto físico opuesto a ella y que pareciera que no se quitara la gorra ni para dormir. Había ido a trabajar a Facatativá encuadernando escrituras en la notaría primera. Al recibir la noticia del desastre, y el alivio de que todavía no fuera tan cerca de su casa, pidió permiso para irse.

Gloria Inés se encontraba en ese momento en la carretera. Las cosas que había logrado evacuar estaban en algunas casas que no corrían peligro y otras que se encontraban junto a ella. La gente llegó a avisar que su casa con piso de tabla, paredes del mismo material con recortes de cartón y de triplex, de aproximadamente 18 metros cuadrados y una sola habitación, había caído.

4 de la tarde. Martha Volvió a la zona del desastre a ayudar a evacuar; habían caído 5 casas y la gente seguía evacuando. El alcalde de Soacha, José Ernesto Martínez Tarquino, junto a sus 6 u 8 escoltas acababa de llegar. Las promesas empezaban a surgir. Prometió ayuda en la evacuación y empezar a tomar acciones frente a la reubicación de quienes fueran afectados.

Wilson llegó a las 5 de la tarde, defensa civil, bomberos, Cruz Roja, y policía seguían ayudando a evacuar, la gente lloraba y corría con sus pertenencias. Él, después de verificar que la zona del derrumbe estaba delimitada a unos 150 metros de su casa, ayudó a quienes pudo a guardar las cosas en las casas donde todavía no había pasado nada. Le contaron que el alcalde había hablado unas dos cuadras más allá del paradero de los buses, y que había prometido comprar terrenos para reubicar a los damnificados, mencionaron 4 lugares, de los cuales Wilson recuerda dos: uno detrás del centro comercial el mercurio y otro detrás del centro comercial de Soacha. No se firmó acta de nada.

Mientras Wilson ayudaba, el personal de Juntos, fundación que pertenece al programa de acción social del gobierno, empezaba a censar a los damnificados y a otorgarles un código para poder recibir ayudas. Además de esto, presionaban la evacuación diciéndole a la gente con niños que si no evacuaban, informarían a Bienestar Familiar.

Por la noche, a eso de las 7, Wilson, su esposa, y Leidy fueron a la casa de Patricia, una amiga de la familia para ver cómo se encontraba porque su casa estaba cerca de la zona del derrumbe. Empiezan a sonar pitos y gritos anunciando que otro pedazo se había derrumbado y que había que evacuar la parte en la que se encontraban. Leidy empezó a llorar porque le dolía la situación de Patricia, y le dolía aún más que tuviera que dejar su casa. Esa calle, era la calle donde ella había vivido hasta hacía poco, y ahí era donde vivían la mayoría de sus amigos y conocidos.

Patricia no se quería ir, su hijo de 7 años tampoco. Martha mandó a Leidy a la casa a armar un camping para ellos, ella llevó cobijas y acomodó un lugar. La defensa civil los había obligado a evacuar y debían sacar todas sus cosas. Siendo las 8 y media fueron a la casa de Martha para alojar ase.

A diferencia de Patricia, había gente que no tenía dónde pasar la noche, entre esos Gloria Inés, fue por esto que Manuel Pinzón, junto al comandante del CAI, cabo Viáfara, decidieron ubicar a la gente en la escuela del Arroyo. Empezaron a anunciar por perifoneo que este sería el lugar donde se alojarían los damnificados.

Cuando Patricia fue a que la censaran le informaron que no se podía quedar donde su amiga, si quería recibir algún tipo de ayuda debía quedarse en el colegio esa noche.

Esa noche nadie durmió. A las 11 había gente que no había sido censada, y gente que se metía en las casas abandonadas para que los censaran y aprovechar lo que estaba sucediendo. Hubo quienes no abandonaron su casa hasta ser censados y recibir su código.

A las 11 y media Leidy llegó a su casa e intentó dormir, se despertó por los gritos de la gente y no pudo dormir por el miedo de tener que ser evacuada, lo mismo sucedió con su madre y su padre.

Gloria Inés, junto a sus 5 hijos, se ubicó en un rincón del salón de primero primaria de la escuela del Arroyo, en la que había aproximadamente 80 personas y su número era el 41. Las colchonetas reposaban sobre el piso rojo y las paredes blancas eran adornadas por los dibujos y los trabajos de los niños que estudiaban ahí. El desorden y los pies de cada quien que tocaban a los otros no permitían dormir.

El domingo a las 5 de la mañana, los que tuvieron que pasar la noche en el colegio empezaron a ser visitados por las diferentes personas que pasaban revista y anunciaban lo que iba a suceder en el día. A qué hora iba a ser el desayuno, el almuerzo, y la comida. Y a hacer revisiones médicas de quienes lo necesitaran. John Edison, el hijo menor de Gloria Inés, de 18 meses fue uno de los más afectados y se le recetaron medicamentos.

A las 11 de la mañana, Leidy, después de alistarse para llevar a su hermana menor Kelly al internado en el que estudia, visitó a Patricia quien en ese momento estaba desayunando un chocolate con pan en el salón comunal de los abuelos, sitio donde normalmente se atiende a las personas de la tercera edad, pero que en este caso estaba habilitado para dar de comer a los damnificados.

Mientras Wilson siguió ayudando a la gente que estaba afectada por el derrumbe, Martha ayudó a sus hijas a alistarse y les dio desayuno. Después de almorzar llevó a su hijo menor al colegio mientras Leidy hacía lo mismo con Kelly. Salió de su casa a las 2 de la tarde.

A esa hora, llegó de nuevo el alcalde de Soacha, acompañado esta vez por el gobernador de Cundinamarca, Pablo Ardila Sierra, y convocó una reunión multitudinaria. Dentro de esta reunión se encontraba una persona que podía pasar como un líder del barrio. Todos aplaudían lo que decía y era imponente por su gran estatura, su barriga, y su barba, era David Clavijo, en ese entonces director de construcciones de la fundación Un Techo Para Mi País Colombia.

Clavijo comentó que siendo tan amplia la cantidad de gente afectada, la fundación quería colaborar y podía aportar 300 viviendas de emergencia como varias que ya habían sido construidas en el barrio y sus aledaños, como la casa en la que habitan Martha Martínez, su esposo y sus hijos. Además, contaba con la mano de obra de voluntarios para armarlas, para lo cual sólo era necesario el pago por parte del gobierno y el aporte de una zona para construir.

La respuesta del alcalde fue negativa, puesto que consideraba que no se estaba dando una vivienda digna, pues esas casas son sólo de dos piezas y no tienen ningún tipo de instalación de servicios públicos; a lo que Clavijo contestó indignado que a pesar de ser de madera, ser de dos habitaciones, medir 3 por 6,10 metros, tener un piso por encima de la tierra, y tejas de fibrocemento que evitan que se meta la lluvia, para ellos sería entonces más digno vivir en carpas y en albergues. La respuesta del gobernador también fue negativa, puesto que consideraba que sólo las recibía si el estado no aportaba ningún costo.

Las viviendas de emergencia que podía aportar Un Techo Para Mi País Colombia, no formaban parte de su stock de casas disponibles para construir, si no que podían ser pedidas al proveedor, quien cobra 2’200,000 por casa. Estas son financiadas por la fundación por medio de donaciones que recibe de empresas como Diageo, Chevron y Clorox. Dinero con el que no se contaba en ese momento. Normalmente la persona que es beneficiaria sólo debe pagar el 10% de la casa. La asignación se hace por medio de encuestas en las zonas de intervención para determinar a las personas más necesitadas, proceso que en este caso sería obviado.

La solución de la gobernación y de la alcaldía fue la de dar un subsidio de arriendo. El de la alcaldía iba a ser por 3 meses y el de la gobernación iba a ser de un mes adicional. El alcalde propuso la posibilidad de aportar viviendas de interés social a las personas que eran propietarias. Teniendo en cuenta que es un barrio de invasión, la gente no cuenta con una verdadera propiedad sobre el lugar en el que habitan, ya que en Colombia no es suficiente con un contrato de compraventa autenticado, si no que debe contar con una escritura registrada en la oficina de instrumentos públicos.

A las 4, Martha volvió a su casa y se encontró con que la cinta que marcaba la zona que debía ser evacuada llegaba hasta su casa. Inmediatamente corrió al puesto de control de Juntos y habló con una señora Mariela, diciéndole que su casa estaba muy retirada de la zona del derrumbe pero que la habían puesto en la zona que debía ser evacuada. La respuesta que recibió fue que efectivamente que tenía que evacuar. Martha se devolvió a su casa Llorando.

Wilson, mientras tanto, formaba parte del comité de evacuación, estaba organizando ollas comunitarias y tratando de ubicar las cosas de la gente cuando a las 5 un funcionario de la CAR le informó que su casa también debía ser evacuada. Wilson asegura que su casa se encuentra fuera de la zona de peligro, pero que al ser la única casa de la manzana 10 que quedaba por fuera, había que incluirla.

Después de ir a donde la misma señora con la que había hablado su esposa, y que esta le dijera que no tenía que evacuar, fue hasta el vicepresidente de la junta de acción comunal, Velosa, quien tenía un plano del barrio y que según él indicaba, la casa de Wilson no debía ser evacuada.

Aproximadamente quince días después de lo sucedido, y con dos días de aviso, la gente fue desalojada del colegio. Gente como Gloria Inés no tuvo un lugar al cual pasarse a vivir porque los lugares que se podían arrendar estaban copados, y el hecho de tener 5 hijos implicaba problemas para quien los recibiera. Por lo cual en este momento se aloja en el salón comunal del barrio, cuya puerta no cuenta con seguro, y cuyo techo tiene goteras enormes que permiten que el piso se inunde.

La orden de evacuación para Wilson y su familia fue rectificada. No han evacuado ni piensan evacuar hasta poder conseguir un lugar en la cual reubicar la vivienda de emergencia en la que habitan. Se les fue asignado el código 369 de damnificados dentro de las 463 familias que se encuentran censadas.

Nota Oculta

Se reunían todas las tardes en un bar de la calle 22 arriba de la séptima, un grupo de jubilados por las razones obvias que dan el tiempo. Su amistad era la más sincera, no se interesaban el uno por el otro y en muchos casos no se sabían sus nombres completos, se sentaban a contarse historias y lo único que esperaban a cambio era ser escuchados. El bar, un sitio que no podría clasificar precisamente como glamuroso, los venía recibiendo durante los últimos años a partir de las noticias del medio día, momento en el cual, rodeados por paredes de madera vieja, cuadros evocativos a celebridades de los años 30 y sillas y mesas sencillas de metal, discutían sobre cualquier cosa que se anunciara en el televisor.
Ese muchacho va a durar todo lo que quiera, hágame caso, decía uno de ellos mientras trataba de sostener en sus manos una botella de aguardiente para servirse el quinto trago de la tarde. Su nombre era Ernesto, no pasaba de los setenta, aunque parecía veinte años mayor, no tenía hijos porque se habían olvidado de él, probablemente el día de su entierro llegarían a repartirse lo poco que él tenía y a entregar una corona de flores. Frecuentaba el bar por cuestiones del azar desde hace unos 5 años, un buen día que no tenía nada que hacer, fue en búsqueda del pan del desayuno del otro día, salió a eso de las seis de la tarde y tras comprar una bolsa de mogollas en su panadería favorita, quiso caminar por la calle 22 para ver el antiguo teatro Faenza, donde alguna vez cantó Carlos Gardel días antes de morir, después de caminar un poco más allá del teatro, lo encontraría. Sólo se quiso tomar un tinto; se sentía cómodo por estar en un refugio no obligatorio para los de su edad; como siempre se interesó por la política, y los escuchó hablando sobre ella, se unió a una conversación con un grupo de ancianos de los cuales unos cuantos lo seguirían acompañando durante mucho tiempo. A ese tinto, y a muchos otros, se sumarían la Cerveza y el Aguardiente. Así es como debe ser, hay que aumentar el pie de fuerza y hay que poner en orden a esos bandidos, y la mejor forma de lograrlo es con él, mientras se necesite, seguía diciendo y gritando como si fuera un ideólogo de un partido de derecha en medio de una convención de derechistas. Sus compañeros de mesa, mientras tanto, observaban el televisor y asentían sin prestar atención a lo que en realidad no estaban escuchando.
Cansado de las noticias y de las palabras de Ernesto, y por qué no, un poco borracho, Rubén, el más tembloroso y callado de todos, le diría tartamudeando que hiciera silencio, que dejara de alabar a su ídolo, porque todos han sido ídolos en algún momento y nos han decepcionado, todos han prometido un cambio, y al final, el cambio consistió en mandarnos más a la mierda. Claramente esto no le agradaba a Ernesto, quien quiso defender a capa y espada su opinión, la pasión por su caudillo y el aguardiente hacía que sus argumentos sonaran ridículos, que no distaba de lo que sucedía con su amigo, quien además del fervor y del licor, tartamudeaba.
Era una discusión que rayaba en lo patético, discusión de borrachos a fin de cuentas, se decía Carlos, mientras los observaba desde otra mesa, se encontraba solo, trataba de leer un libro mientras se tomaba un tinto que estaba endulzado con al parecer una libra de azúcar; es que el sabor no se siente, dijo una vez que alguien le criticó que le echara tanta, y que terminara tomándose un batido de azúcar con un poco de café. Conocía el sitio hace poco, lo frecuentaba cuando podía y lo consideraba uno de sus escondites favoritos, era un sitio especial para él donde sólo llevaría a personas que lo merecieran, le generaba cierta melancolía, pero una melancolía alegre, como cuando se escucha una canción de amor sin estar enamorado, y le generaba miedo e inquietud, no quería estar sentado ahí ni veinte, ni treinta, ni muchos años después a menos que fuera un encuentro casual para recordar con un amigo la época en que iban ahí para hablar de lo que querían ser. Tenía 21 años, estaba terminando la universidad y sentía que la vida estaba llegando a su fin, a pesar de los miles de proyectos y de expectativas que se le venían a la cabeza, prefería pensar que estaba alcanzando el punto donde no habría nada más que hacer, más que todo por miedo, por pereza, y por ser una persona mimada. Prefería ser una promesa en lugar de una estrella, creía que era mejor el Maradona antes del mundial del 86 que el que saldría campeón, por ser una persona de la que todos esperan algo habiendo visto poco, o sin haber visto nada. Se preguntaba qué hubiera pasado donde “El Diego” se hubiera lesionado en el primer partido, o si hubiera cedido ante la presión y al final no hubiera hecho nada, habría sido una promesa no cumplida, no habría entrado en la historia y tal vez Alemania habría sido campeón; no quería que eso le sucediera, le daban ganas de no arriesgarse. No jugaba futbol, su desempeño era realmente atroz, aunque le encantaba y lo usaba siempre para hacer metáforas. Prefería poder decir a veces que no perdió por malo, sino porque ni siquiera se presentó, prefería que la gente pensara en el “qué tal si hubiera…” y eso lo hacía detenerse. A pesar de todo, frecuentar este lugar hacía que cambiara de opinión, cuando entraba, se encontraba rodeado de promesas rotas, se imaginaba una historia para cada uno, veía en todos esos ancianos al que no quiso ser un gran escritor, actor, poeta, político, o futbolista, y eso hacía que prefiriera intentar ser uno de los grandes. Sentado en ese bar, solía pensar en ese tipo de cosas cuando no iba con nadie más, se tomaba su tinto, leía unas páginas, y se iba, ya fuera a hacer deberes o a no hacer nada, no le gustaba estar mucho tiempo ahí. Al terminar, guardaba su libro en su mochila barata y le pagaba a la copera el valor de su tinto, la cual, este día, antes de recibir el pago de Carlos, se involucraría dentro de la alicorada discusión para poder bajar los ánimos.
Chicos, cálmense, le decía la copera a los borrachos como si fuera profesora de un kindergarten, con la misma inocencia y ternura que si se estuviera dirigiendo a dos granujas de 6 años que están peleando por un balón. Ellos, con su llegada, antes de que pronunciara cualquier palabra, bajaban los ánimos de la discusión y se concentraban en ella, la reina del sitio, una mujer pasada en carnes y no muy pasada en años, que se viste como si viviera en tierra caliente, tal vez por comodidad o simplemente porque le gusta, a pesar de que para muchos ella no sería un prototipo de mujer, para ellos lo es, quizás porque son unos viejos verdes, o simplemente porque en ese lugar, ella es su madre, una madre muy particular, que les sirve licor y se deja coger la cola, pero una madre a fin de cuentas. ¿Quieren que les traiga un tintico? Para bajar un poquito el aguardiente, preguntaba ella como ofreciendo sin decirlo, una cura para el alicoramiento. Ellos accedían, y dejaban de discutir.
Apenas se iba Carlos el promedio de edad en el sitio volvía a ser el de antes, 80 años, los demás clientes del lugar lo miraban al entrar y al salir como si algo raro estuviera pasando, ¿a qué tipo de maniático se le ocurre venir acá siendo joven? Era la pregunta que pasaba por el cerebro de todos, y comentaban sobre él. Una vez lo vi venir con una niña, joven como él, y estaba como buena-decía uno de ellos- trajeron un merengón con mucha crema, pidieron un tinto y se lo tomaron, creo que si fuera él me sentiría muy feliz. Yo una vez tuve una novia igual de buena que la niña que vino con él ese día, y bailaba como ninguna, lástima que me cambió por alguien que sí tenía futuro.
Carlos iba a encontrarse con la mujer de la que los ancianos hablaban, Juliana, no era su novia como algunos pensaron, pero sí la amaba como tal, o eso era lo que a él le gustaba decir; ella lo intimidaba, no sólo porque la consideraba hermosa, sino porque despertaba en él una extraña mezcla entre lujuria y ternura, y a veces, por ser de mayor estatura que él, quien siempre se consideró a sí mismo un enano, a pesar de ser de una estatura promedio; era como la mayoría de las mujeres que le han gustado, torpe, de piel morena y de actitudes infantiles, las cuales a veces chocaban con las de él mismo. Se encontrarían en el último piso de un edificio de la universidad, donde ella estaba sentada estudiando, camino a su encuentro, Carlos, quien andaba distraído mirando hacia el cielo, se tropezó con un indigente, el cual después de recibir una negativa al pedirle una limosna, lo insultó, después , al ingresar a la universidad y luego tomar un ascensor, se encontró con una mujer bastante provocativa, su cara se asemejaba un poco a la de un roedor, en los buenos aspectos, adornada encima por su pelo negro y ondulado, el cual se había despeinado de adrede , su abdomen se notaba plano y duro debajo de la camiseta roja que dejaba ver apenas la comisura de sus pechos, los cuales parecían bastante firmes, y debajo de eso se podía ver una falda negra y apretada que cubría el final de unas medias veladas del mismo color que cubrían a su vez una de las mejores colas que habría visto en su vida. Por un instante, el que duró el trayecto entre el primer y último piso, deseó con todas sus fuerzas que se fuera la luz y el ascensor se detuviera. Terminado el viaje y habiendo logrado evitar la erección, llegó a la mesa donde Juliana estaba.
El plan entre los dos era almorzar, y la idea escondida de Carlos era decirle que la amaba, como siempre quiso ser una persona creativa, y como nunca podía decir las cosas de frente, decidió dedicarle un cuento de su autor favorito, el cual, en su opinión, podía hacerle entender a ella perfectamente lo que él sentía. Fueron por un almuerzo barato, pero que a los dos los encantaba, era miércoles, y ese día se podía pedir bandeja paisa en una cafetería que queda frente a la estación de transmilenio en las aguas, el sitio estaba lleno, estudiantes, trabajadores, y gente sin nada que hacer ocupaba las sillas, afortunadamente un grupo de oficinistas estaba terminando cuando ellos llegaron, y pudieron comer. La conversación transcurrió normal, se contaron sus días, en los cuales no pasó nada particular, salvo que Juliana se cayó por las escaleras en la mañana, no fue grave, no eran muchos los escalones y la maleta le hizo colchón.
Habiendo terminado de comer, fueron a la cafetería de los ancianos a tomarse un tinto, estaban los mismos que habían estado unas horas antes, la copera le pidió la cédula a ambos y luego sí recibió su orden, dos tintos oscuros, los cuales se tomaron ágilmente, faltando poco, Carlos le entregó el libro que contenía el cuento que había escogido cuidadosamente, era una historia de una mujer que secuestraba a un hombre que veía en un programa del corazón, de esos donde los invitados se golpean, abusaba de Él, y mientras lo asesinaba le confesaba su amor. Juliana, quien nunca leía si no era por obligación o porque la recomendación que le hicieran fuera muy buena, lo tomó un poco a la ligera y lo guardó entre sus cosas, para leerlo más tarde. Salieron a la séptima, donde ambos tomarían su propio bus para ir a la casa, el de Carlos, que pasaba muy poco, pasó primero, y tuvo que despedirse de ella rápidamente, diciéndole que por favor leyera lo que él le había dado.
Habían pasado quince minutos desde eso, y el bus no aparecía, cinco minutos antes, Juliana decidió comenzar a leer, la historia le llamó mucho la atención y se preguntó por qué le pondría a leer eso, decidió que mejor tomaría el bus en la diecinueve ya que ahí pasaban más, y recordó en el camino que debía llamar a una amiga con la que iba a estudiar más tarde, sin darse cuenta de los muchos vendedores de minutos de celular que había en la calle, vio un café internet desde el cual podría llamar, al otro lado de la calle, en la plaza de las nieves, cruzó sin desviar la mirada del libro, y escuchó un grito que al parecer se dirigía a ella, la insultaban, luego se percató de que eran más gritos, después de eso pasó a su lado un taxi en contravía, no entendió nada, y al voltearse vio una patrulla de policía que poco después la golpeaba de frente y la dejaba botada en el piso, sangrando, sus ojos se apagaban mientras a su lado caía el libro abierto, con una nota escrita con una mano temblorosa que decía: te amo, desde siempre.

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"Al menos, se dijo a sí mismo, he conocido a la mujer de mi vida. Otros, la mayoría, la entreven en las películas, la sombra de grandes actrices, la mirada de tu verdadero amor. Yo, por el contrario, la vi en carne y hueso, oí su voz, vi su silueta recortada sobre la pampa infinita. Le hablé y ella también me habló. ¿De qué puedo quejarme?"
Roberto Bolaño